viernes, 31 de diciembre de 1999

Lección 1: Introducción


El predicador evangélico ha contraído una gran responsabilidad ante Dios: El dar a conocer a Cristo y su obra redentora a un mundo necesitado y sin esperanzas. Esta realidad implica la necesidad de hacer una presentación conciente y digna del mensaje divino a la altura de las enseñanzas evangélicas para que la verdad de Dios no sea menoscabada ni despreciada, para que esta verdad no sea repelida, para que esta verdad sea aceptada y hecha una realidad viviente y experimental por el ser humano.

Algunos predicadores carecen de la visión necesaria y un concepto objetivo en relación a esta necesidad. Esta actitud les lleva a una despreocupación casi completa en relación a una preparación adecuada para la elaboración conciente y diligente del mensaje que dicen tener de Dios, presentándolo al público como un objeto anticuado, vendido en pública subasta, despojándolo de toda la belleza, candor y fuerza capaz de abrirse paso y llegar al objetivo: La salvación de las almas y la edificación espiritual de la Iglesia.

Supongamos que un novio va a regalarle un hermoso anillo de compromiso a su novia. Compra uno de gran precio, hermoso y brillante. Toma un papel cualquiera extraído del tacho de la basura, ajado, sucio, envuelve su anillo y así se lo lleva a su prometida.¿Qué pensaría ella?, ¿no se sentiría humillada, desconcertada?, ¿no mostraría su disgusto y rechazo a tal acción?. Él podría poner énfasis sobre la hermosura del anillo, pero ella llamaría la atención sobre su indigna presentación. Es precisamente esto lo que hacen algunos predicadores. “La joya de gran precio”, “las perlas del evangelio”, son presentada tan toscamente, tan inhábilmente, tan ilógicamente, que la mala envoltura con que va cubierto el mensaje impide ver su grandiosidad, opaca su brillantez, le resta valor, aminora su necesidad y por fin lo hace repulsivo a sus oyentes.

Las palabras del predicador son la envoltura del mensaje. Esto implica la necesidad de atención esmerada en la preparación personal para llegar a ser buenos predicadores. Cuando digo buenos predicadores, no me refiero a la altilocuencia que caracteriza a otros; que envuelven el mensaje en una “envoltura” tan sofisticada que éste llega disolverse y perderse en una erudición tan pedante, tan incomprensible como la posición anterior. Un buen predicador es, por sobre todas las cosas el que se hace entender. Su objetivo primario es que las gentes lo comprenda y sepan lo que está diciendo. Tendrá presente siempre al auditorio al cual va a dirigir sus palabras, y estas siempre estarán a la altura de la comprensión de ellos. Se expresará de tal forma que la sencillez sea una elemento dominante, pero a la vez con la solidez que produce el respaldo de la Palabra de Dios.

Algunos hablan de “profundidad del mensaje” cuando el predicador habla de tal forma que pocos son los que lo entienden. Llegan a ser “tan profundos”, que las gentes “no tienen sogas con que sacar”. Nos preguntamos, entonces, ¿qué es un mensaje profundo?. Un mensaje profundo es aquél que presenta la verdad bíblica de tal forma que llega al corazón del hombre, que cambia el alma y produce nuevas actitudes en el ser, traducidas en acciones concretas y edificantes. Si el predicador no logra llegar a lo profundo del corazón es porque su mensaje no salió de lo profundo de su corazón, porque no se originó en lo profundo del corazón de Dios.

Quizás alguno arguya que lo más importante es el poder de Dios en la vida del predicador y que no hace falta nada más para producir los efectos deseados. Yo les diría que lo más importante en un auto son las baterías bien cargadas y que no importa que el auto no tenga cubiertas, ni bujías, ni cables. O qué es más importante, que un equipo reciba energía eléctrica aunque el aparato esté defectuoso en su funcionamiento. ¡Ilógico ¿verdad?!. También es ilógico que un predicador que dice estar lleno del Espíritu Santo, esté defectuoso en el conocimiento y presentación del mensaje y peor de todo, nada haga para remediarlo. Ilógico e imperdonable, que un predicador dado al ministerio de la predicación, ignore, desconozca y se muestre indiferente hacia su necesidad de aprender para hacer mejor su trabajo.

Siempre enseñamos, y es necesario hacerlo, que el predicador se presente ante el público bien vestido, para que su personalidad no sea opacada por su mala apariencia; sin embargo; no nos preocupamos por la mala apariencia de nuestras palabras y la tosquedad de nuestra predicación, que realmente es mucho más importante que nuestra apariencia exterior (aunque no carece de importancia). No nos preocupamos por hablar bien, leer bien la Biblia, pronunciar bien las palabras, expresarnos en forma lógica. Más bien hablamos sin prepararnos, sin pensar un poco en lo que vamos a decir, opacando, igualmente la apariencia del mensaje.

No acabamos de entender que la herramienta que va a utilizar Dios para transmitir el mensaje y llegar al corazón de los hombres es la palabra hablada. No importa cuanta dignidad tenga una persona, si no tiene un vehículo adecuado para trasladarse al lugar que se propuso, no podrá llegar.

El Espíritu Santo no solo produce “obras de poder”, sino también “palabras de poder”. Nuestro lenguaje es importante en las manos del Espíritu de Dios para llegar al corazón de los hombres, por lo cual debemos preocuparnos para que éste sea el mejor y sea expuesto de una forma aceptable y respaldo por el poder de Dios.

Hay una ciencia que se ocupa, precisamente, de enseñarnos a decir y transmitir mejor las cosas, esta ciencia se llama HOMILÉTICA. La Homilética es el arte de preparar y exponer acertadamente un sermón. Nos enseña a cómo descubrir el caudal de material bíblico y extrabíblico que tenemos a disposición y a la vez cómo usar nuestro idioma para transmitir nuestros pensamientos en la mejor forma. No debemos ver en la Homilética un tabú que nos impida utilizarla para el aprovechamiento máximo del potencial disponible, tanto en aptitudes como en conocimientos.

La Homilética no ignora el poder de Dios, sino lo usa, lo tiene presente y lo canaliza. Es el predicador envanecido el que coloca a un lado el potencial divino para apoyarse sólo en el factor humano. La Homilética no excluye la Palabra de Dios, la usa. Es la materia prima para la elaboración del mensaje; la que bien lleva la Palabra al fin deseado. La Homilética no anula la personalidad del predicador, sino que se constituye en el vehículo para su manifestación, proyectándola con más sabiduría. La Homilética no humilla al sabio, pero si eleva al sencillo.

¿Por qué entonces eximirnos de la bendición de esta ciencia que nos puede ayudar grandemente a ser mejores predicadores y maestros de la Palabra de Dios?. Despojémonos de todo prejuicio contra ella, veámosla como nuestra amiga y ella nos proporcionará un caudal de conocimientos que nos ayudarán en el ministerio de la predicación.

Se han dado muchas fórmulas para organizar las ideas que conforman un sermón. Cada maestro ha aplicado aquellas que entienden que es la mejor. Todo los métodos de Homíletica proveen formas adecuadas al predicador; depende de éste, elegir el método que le sea más comprensible y funcional para él. En mi caso, como predicador y maestro, antes de preparar un sermón lo primero que pienso es el auditorio a quien voy a predicar (queda sobre entendida la preparación espiritual) y me hago esta pregunta:¿a quiénes les voy a predicar?. Cuando tengo bien definido este aspecto, me hago una segunda pregunta: ¿qué les voy a predicar? y por último me hago la última pregunta: ¿cómo les voy a predicar?. Todos los demás factores, giran de una u otra manera alrededor de estos tres elementos sencillos, pero básicos:

1. ¿A QUIÉN PREDICARÉ?
2. ¿QUÉ LES PREDICARÉ?
3. ¿CÓMO LES PREDICARÉ?

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Acerca del Ministerio Luz y Verdad

Luz y Verdad es un ministerio transdenominacional de enseñanza bíblica y teológica, dirigido particularmente a las iglesias locales, con el objetivo de edificar a sus miembros y preparar a sus líderes.

El ministerio fue fundado a fines de la década del 90, por el pastor y misionero cubano Luis Enrique Llanes Serantes, su actual director. A lo largo de todos estos años, el pastor Llanes ha llevado las conferencias y seminarios Luz y Verdad a decenas de iglesias, en Argentina, particularmente en la región patagónica.

Además de las conferencias, talleres y seminarios, el ministerio cuenta con un sistema de estudios bíblicos, teológicos y ministeriales, en tres niveles, y el curso Alfa para nuevos convertidos. Los materiales de estudio usados en ellos, han sido escritos por el propio pastor Llanes, y son de distribución gratuita.

Luz y Verdad cuenta con presencia en Internet, a través de una red de blogs, en los que aparecen escritos y recursos de edificación para los creyentes en general, y los líderes cristianos en particular. El trabajo de edición corre a cargo de la hermana Alba Llanes, hija del pastor Llanes, la cual está radicada en California, Estados Unidos, y ha llevado hasta allí el Ministerio Internacional Luz y Verdad. La hermana Alba también aporta al ministerio, con sus escritos, sus conferencias, talleres y seminarios, así como con sus publicaciones personales por Internet.

Además de que el pastor Llanes es ministro ordenado de la Unión de las Asambleas de Dios, de Argentina, el Ministerio Internacional Luz y Verdad está avalado por COPLEM, el Consejo Pastoral de la ciudad de Puerto Madryn, provincia del Chubut, lugar donde tiene su sede actual.

Luz y Verdad mantiene la postura doctrinal propia de las Asambleas de Dios, en lo que atañe a los conceptos doctrinales fundamentales.